Películas como ésta me atrapan con su atmósfera sentimental y ese
entramado donde la vida se teje entre lágrimas, sueños, miserias y
pequeñas cosas, y donde la música, envolviéndolo todo, nos transporta a
un tiempo pasado que, sinceramente, me parece mejor. La historia de
Glenn Miller, traducida aquí como Música y lágrimas, es la autobiografía
de un genio que revolucionó la música de las grandes orquestas y que
marcó una época en la historia sonora del siglo XX americano y mundial.
No niego que la presencia de James Steward como Glenn Miller, perfectamente caracterizado y con un notable parecido, condiciona en buen grado mi valoración, pero así es el cine. La fidelidad a unos hechos históricos siendo deseable no es absolutamente imprescindible, pero la profesionalidad de actores y actrices, así como el hábil manejo de la batuta directora, junto al buen hacer del resto de comprometidos en la empresa, es condición sine qua non. Y en ese sentido, June Allyson, Henry Morgan y la realización de Anthony Mann, junto al propio Steward, construyen un trabajo excelente que, a base de melodías súper reconocibles y de ciertos momentos, bien aprovechados, de tono lacrimógeno, logren esa conjunción cuasi astral entre película y espectador (necesariamente sensible) y consiguen que por momentos nuestros pies se movilicen al ritmo de “En forma”, “ Collar de Perlas” o “Vieja jarrita marrón” y la “Serenata a la luz de la luna” zigzaguee levemente nuestra espina dorsal acompañando nuestros propios recuerdos.
Tampoco es ajena a mi valoración del film la presencia de grandes y míticas figuras del jazz de siempre. La jazz-session con la presencia de Louis Armstrong o Gene Kruppa entre otros músicos reales, me pareció genial y como las grandes genialidades se me hizo corta.
Y no quiero finalizar mi comentario sin mencionar la impactante escena en que la Glenn Miller´s Band mantiene el tipo y la música en plena incursión aérea alemana. Desconozco si tal circunstancia ocurrió en realidad o si por el contrario se trata de una forma premeditada y ventajista de colocar nuestras sensibilidades “au bout de souffle”. En cualquier caso, “chapeau”. Y del mismo modo, el final, verdadero como la vida misma aunque dirigido con maestría hacia nuestra lagrimita floja, es imposible que nos deje indiferentes.
Puntuación: 7,60