Hace dos semanas ví y comenté Sed de mal y, claro, ¿qué quieren que les diga? No es lo mismo. ¡O.K.! Es de Welles, eso marca y tiene su pedigree pero ambas películas andan a años luz una de la otra. Pero como no me gusta ser odioso y las comparaciones lo son, voy a tratar de aislarme en lo posible de Vargas y Quinlan y dedicarme a valorar lo más objetivamente posible El extraño.
En primer lugar debo decir que encuentro desacertada la traducción de The stranger por El extraño. Vista la película parece más acertado haberla titulado El extranjero. En cualquier caso, The stranger es por encima de todo y de todos, Edward G. Robinson. El guión tiene su mérito, es indudable, pero estamos en el 46 y lo de la War World, victoria aliada incluida, estaba calentito, por lo que guiones así partían con ventaja en la línea de salida, por su parte Orson Welles aunque maneja los hilos con profesionalidad y maestría no tiene esa fuerza cinematográfica que le caracteriza y como actor está en una línea normalita, agradable de ver sin más. La prolífica Loreta Young no brinda una de sus mejores interpretaciones. Pero, ¡ah, señores! Robinson se basta y sobra para darle entidad a una película que sin él, probablemente, no hubiese sido la misma.
He leído de algún compañero de fatigas que Welles pensó en Agnes Moorehead para el papel de Wilson, interpretado por Edward G. Robinson por imposición de los productores. Y miren que me gusta, me encanta la Moorehead, a quien califiqué de sublime en El cuarto mandamiento, pero aplaudo la decisión adoptada.
Aunque muchos quisieran obras menores como ésta, para Orson Welles, por cuyas venas no circulaba sangre sino cine, lo es. Y esto no es ninguna deshonra. Lo verdaderamente honroso es habernos dejado obras de la talla y el calado de Ciudadano Kane ó Sed de mal. Esos son sus poderes. Al Cesar lo que es del Cesar.