miércoles, 16 de diciembre de 2020

THE LIFE OF VERGIE WINTERS (ALFRED SANTELL, 1934)


 
El deterioro de la imagen de los estudios cinematográficos por los continuos escándalos de actores y actrices junto a la inflexibilidad de una Iglesia católica que sentía amenazados los valores sociales y espirituales de sus feligreses, estuvieron en el origen del código ético al que debieron ajustarse las películas desde 1930 en adelante (con más fuerza desde 1934). La Iglesia además confeccionó listas de películas condenadas que los católicos no podían ver. Prácticamente en todas las diócesis del país se editaron sus propias listas. Películas como "La reina Christina de Suecia" "Madame du Barry" o esta "The life of Vergie Winters". No solo era cuestión del sexo y sus desviaciones, también de infidelidades conyugales, experimentos sobre la natalidad o incluso sobre el sufrimiento de los indios. Los sacerdotes no daban a basto visionando películas candidatas a una pira inquisitorial donde, en ocasiones, ardían figuradamente obras calificadas por otros de sus colegas como aptas para toda la familia.


Bien, esta pequeña introducción nos sitúa frente a "The life of Vergie Winters" de Alfred Santell, un film protagonizado por Ann Harding, una de las reinas de la época del cine "tres pañuelos" donde eran preferibles los kleenex a las palomitas, y John Boles, actor al que pocos recuerdan en la actualidad pero que en esta ocasión hace uno de sus mejores trabajos. La aparición del siempre eficaz Donald Crisp es sin duda, un valor añadido. La película podríamos resumirla como la historia de una pareja separada por una mentira pero cuya relación continúa durante 20 años. El matrimonio de él no impide su mutuo y escondido amor, fruto del cual nace una niña que acabará adoptada por su propio padre y su legítima esposa. La cosa se hubiese podido quedar en un aburrido melodrama de no ser porque los acontecimientos se sitúan en una pequeña comunidad provinciana de esas que cuentan con el escándalo y el chismorreo entre sus típicas especialidades locales. Y si el objeto masculino de las cotillas del lugar no hubiese sido un buen abogado con una fulgurante carrera política pues quizás la cosa no hubiese ido a mayores y aquí estaríamos hablando de otro tema.

Las cosas son así, una novela corta, una película confesional de esas que tenían cierto tirón allá por los 30, y "zas" aparecen las clericales anteojeras ilustradas con sus afiladas "manostijeras" y declaran como artículo de fe que el film "tiende a justificar el adulterio" y que por tanto además de anatematizarlo incluyéndolo en las lineas negras de las películas proscritas había que endurecer la aplicación del Código de Producción. Palabra de Dios y "con la Iglesia hemos topado Sancho". La maledicencia, las lenguas viperinas, la corrupción política y hasta el asesinato desaparecen del catecismo y para el señor Hays y sus adláteres todo se reduce al sexo fuera del matrimonio.

La película podría haber dormido un tranquilo y merecido sueño de los justos, pero tantas maniobras orquestales en las oscuras sotanas de los Torquemadas estadounidenses han conseguido el efecto contrario, que hoy apreciemos la historia en todo su heroísmo y valor, así como la magnífica interpretación de Ann Harding. Muchos no creerán que puedan haber mujeres así. Ni en el cine ni en la vida real. Puede ser, pero basta que haya una sola para que Ann Harding se convierta en ella. En estos tiempos en que las lágrimas a base de gastarlas se acaban secando, tres pañuelos resultan excesivos pero un estremecimiento sentimental ante la posibilidad de que una mujer pueda vivir una situación tan injusta con tanta entereza, seguro que se instala en alguna parte dentro de nosotros.

Fiel a mi costumbre de no comentar hechos significativos que desvelen partes fundamentales de la trama finalizaré mi crítica con una circunstancia curiosa:Las únicas personas que ayudan a Vergie Winters ante el boicot hecho a su negocio (una sombrerería) por sus vecinos, son las mismísimas prostitutas de la localidad. Si es que hasta esto parece tener una lectura bíblica.
 
Puntuación: 7,75
 

sábado, 12 de diciembre de 2020

NEW WOMEN (CAI CHUSHENG, 1934)

 


 
 
 
A pesar de mi curiosidad cinéfila y cultural, mis aproximaciones al cine asiático son menos frecuentes de lo que desearía. En esta ocasión, la elección de la película, como casi siempre aleatoria, ha significado un tiro al blanco con la precisión del ojo de halcón. Como en Bienvenido Mr. Marshall les debo una explicación y voy a dársela: En Mayo 2014, en otra de mis escasísimas incursiones en el cine chino comenté en este blog la muy interesante película "The goddess" dirigida por Wu Yonggang y protagonizada por la excelente actriz Ruan Lingyu. En mi crítica hablaba del trágico final de la actriz y de su similitud con el de una de sus ultimas películas: "Nuevas mujeres". Hoy, más de seis años después, una figurada ruleta se ha acabado deteniendo sobre ésta última, entre una numerosísima variedad de posibilidades. Y aún más sorprendente es el hecho de que, con las dificultades que tenemos los occidentales para identificar los rasgos orientales, desde el primer momento la Ruan Lingyu de "Nuevas mujeres" traía a mi recuerdo la de "The Goddess". Sin duda una casualidad pero estarán conmigo en que tiene su punto "cuarto milenista".
 
Ambos films suponen una crítica mirada al lugar de la mujer en la sociedad china de principios del siglo XX. The goddess lo hace desde una óptica más centrada en la prostitución, entendida como el único camino donde la mujer puede hallar su propia supervivencia. "Nuevas mujeres" parece ofrecernos una visión más amplia, con las mujeres tratando de incorporarse a otros sectores sociales, la educación o la literatura entre ellos, ante el rechazo de una sociedad de reglas masculinas que relega a las mujeres a los mismos papeles tradicionales de siempre, léase concubinato, esclavitud y similares. Algunas frases son suficientemente explícitas de lo dicho: "Matrimonio, ¿Qué me puede dar el matrimonio?. Compañía para la vida ¡También podría llamarse Esclavitud para la vida!" o ésta otra: "¿Quieres que me venda? ¡Solo las esclavas venden su cuerpo! a lo que la "madame" replica "Tienes razón. Pero si las mujeres queremos ganar un poco de dinero en un mundo como éste ¿Qué otro camino nos queda?" Un desolador panorama para cualquier mujer y especialmente duro cuando como es el caso de nuestra protagonista se tienen inquietudes artísticas y únicamente el editor acepta publicar su libro tras conocer que se trata de una mujer joven y atractiva.
 
Sería un error calificar el film de melodramático. Estamos ante un drama con mayúsculas y donde la música la ponen las lágrimas de rabia e impotencia goteando sobre una taza de te. El drama, además, no está en el cine sino en la vida y en una sociedad injusta que antepone sus rastreros propósitos a la misma existencia de las personas. Y da igual que sea la sociedad que sea, la oriental o la occidental, el este o el oeste, la tradición o la modernidad. El cine, como en este caso, es un espejo donde se refleja la vida o algo que las mujeres llamaban vida allá por el 34 en la China de Confucio. Por ello, aunque nos impacte, entendemos que lejos de los focos, las bambalinas y las candilejas la propia Ruan Lingyu a sus 24 años no distinguiera la podredumbre del celuloide de la existente en la realidad y al final, de tanto repetir "¡Quiero vivir!" acabaran flaqueándole las fuerzas.
 
El cine, como escuela de la vida, tiene asignaturas opcionales y obligatorias. Y esta es absolutamente obligatoria para pasar curso y acabar graduándonos.
 
Puntuación: 8,50

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

HELLGATE (CHARLES MARQUIS WARREN, 1952)

 

 


 

 

La principal característica de los films llamados de serie B es, indiscutiblemente, la cortedad de su presupuesto. Esta circunstancia supone, en bastantes ocasiones, un interesante estímulo a la imaginación y a las dotes artísticas de los realizadores, quienes intentan, mediante imágenes, diálogos y, especialmente, un guión lo más absorbente posible, captar, podríamos decir secuestrar, la atención y el interés del espectador. Hellgate, de Charles Marquis Warren, además de ejemplificar esta afirmación cuenta con la participación de notables actores como Sterling Hayden quien en 1950 había rodado a las órdenes de John Huston, La jungla del asfalto, en uno de los principales papeles, James Arness, muy buen secundario (El gran Jim McLaine, Gunsmoke - serie de TV), y uno de mis actores de cabecera, habitual con John Ford (sublime encabezando el baile en Ford Apache junto a Henry Fonda) como es Ward Bond. Desconozco el presupuesto total y su distribución, pero para ser un "low-budget affair" está ciertamente muy aprovechado.

Encuadrable a la vez en el western y en el cine carcelario, Hellgate (originalmente "Hellgate Prision") es una muy interesante muestra de cine psicológico donde, disfrazada de error judicial, se analizan las cicatrices que la Guerra Civil norteamericana dejó en las profundidades del alma tanto en los Estados del Norte como en los del Sur. Gilman Hanley (Sterling Hayden) un veterinario sudista incorporado, recién acabada la contienda, a la nueva normalidad impuesta por el norte, es acusado de colaborar y favorecer a las bandas de insurgentes sudistas que recorren Kansas. La curación de un rebelde herido y la casual pérdida de unas alforjas de dinero robado son argumentos para su juicio y posterior condena así como para su ingreso en una inhóspita (más de lo acostumbrado) prisión en medio de un desierto supuestamente próximo a la frontera mejicana, en condiciones de vida inhumanas, donde el sol abrasa las fosas de castigo, donde el agua (escasísima) debe transportarse en barriles desde las localidades más cercanas, donde el trabajo penitenciario es duro, cruel y sin rédito alguno para nadie. Donde los guardias vigilan y se ensañan, y donde los indios pimas acaban con los que llegan a la osadía de intentar fugarse de los pétreos calabozos excavados en la roca. Todo ello dirigido por el sádico teniente Tod Voorhees (Ward Bond) al que la palabra rebelde le revuelve las tripas evocándole las impías muertes de mujeres y niños a manos de las fuerzas del sur.

Este es el ambiente para un hombre cuyo único delito fue socorrer a otro hombre maltrecho. Mientras su mujer (Joan Leslie) gestiona en Washington la revisión de su condena, él comparte celda con otros presos que sedientos y perpetuamente castigados parecen agonizar en un infierno pétreo subterráneo al que se accede por una puerta de puntiagudas estacas excavada entre los pedregales del desierto. Y en ese ambiente no sólo se dirime la lucha entre la vida y la muerte sino entre la resistencia y el hundimiento, entre la integridad que dan los valores personales y el vencimiento ante la fatalidad. Más allá de unos acontecimientos previsibles desde el principio, es en esta psicológica lucha interna de un hombre que trata de mantenerse íntegro en las circunstancias más contrarias, donde, a mi juicio, encuentra este film de Marquis Warren su verdadero sentido. La reparación (siempre parcial) del agravio cometido es un hecho conocido desde el minuto uno por los espectadores, ahora bien, el cómo y de qué manera, se va desgranando minuto a minuto entre heroicidades de unos y remordimientos de otros.

Excelente el entorno elegido para ubicar el presidio natural, en las proximidades de Los Ángeles, en un curioso enclave conocido como Browson Canyon, un paraje donde a principios del siglo XX se extraía piedra para la construcción. Cerrada la explotación en los años 20 se ha venido utilizando en producciones cinematográficas (p.e. Duelo en la Alta Sierra) y televisivas (Batman, Bonanza). Excelente como siempre Ward Bond e incluso Sterling Hayden cuyo rostro siempre me pareció un tanto hierático y demasiado imperturbable, cumple bien lo que le exige el papel.

Resumiendo, un film con los alicientes suficientes para visionarlo y que, en ningún caso defrauda. Los recortes presupuestarios no afectaron a su calidad y hoy, setenta años después, sigue siendo una oferta cinematográfica de interés. 

Puntuación: 7,15

miércoles, 25 de noviembre de 2020

LOS OJOS DE LA MOMIA (ERNST LUBITSCH, 1918)

 

 
Los pioneros de este séptimo arte tan nuestro estaban lo suficientemente ocupados en el nigromántico trabajo de darle "alma, corazón y vida" cinematográficos al mundo de los sueños, como para entretenerse en clasificaciones y hablar de géneros. Las nacientes cámaras filmaban tanto trenes llegando a las estaciones como regadores regados, pasando por esos besos que siempre habían residido en las más domésticas intimidades. Por esta razón no podemos hablar con la seriedad requerida de "cine de terror" a pesar de que en los años 10 del siglo pasado ya se versionaban obras de Poe o de Mary Shelley. El "terror" como género no nacería hasta los 30 con una colección de obras, especialmente de la productora Universal, cuyo magisterio sobrepasó su tiempo y llegó hasta nuestros días.

"Los ojos de la momia" más que una incursión en el cine de terror es un trazo diferente en el universo cinematográfico dado por una de las personalidades más relevantes de este arte: Ernst Lubitsch, actor, director y sobre todo hombre de cine. Hace poco he tenido ocasión de revisar dos de sus incursiones como actor en las primerísimas comedias del cine silente: "Cuando yo estaba muerto" y "El palacio del calzado Pinkus", dirigidas por él mismo y donde nos sorprende con una más que interesante vena cómica. Ciertamente ni es Chaplin ni aparece en el reparto su famoso "touch", pero se presenta ante nosotros como un espíritu burlón, inquieto y con ganas de comerse el mundo del celuloide. Con la ayuda del productor alemán Paul Davidson y junto a dos promesas/realidades como Emil Jannings y Pola Negri se embarca en este su primer film dramático con bastante éxito.

Sin embargo, los terrores y misterios sugeridos por el título estallan como una pompa de jabón en escasos quince minutos. Desconozco si a los espectadores de 1918 les faltaba costumbre o si las salas cinematográficas germanas eran más oscuras y aterradoras , la cuestión es que desde los sofás contemporáneos las cosas se ven de otro modo y uno, en lugar de estremecimientos siente que le invade una risilla floja. El terror ni está ni se le espera. La comedia apunta de forma tan innata en Lubitsch como imperceptible . Lubitsch quería drama y tiene drama, exótico y con algún que otro tinte de misterio, como los poderes hipnóticos de Radu el egipcio (Jannings) pero drama al fin y sobre todo a la postre.

Ma (Pola Negri) a la que su secuestrador Radu obliga a interpretar el papel de la momia Ma, cuyos ojos parpadean al visitante desde su tumba, es rescatada por Albert Wendland, un pintor interpretado por Harry Liedtke, y llevada a Inglaterra donde contraen matrimonio. A su vez, Radu es recogido enfermo del desierto por el príncipe Hohenfels (Max Laurence) e incorporado como asistente a su servicio. El destino y un cuadro de Ma harán que de nuevo se crucen sus caminos y se precipiten trágicamente los acontecimientos.

Para los que nos sentimos afines a Lubitsch y su cine, es una película imprescindible. La genialidad, el toque y aquel "¿como lo resolvería Lubitsch?" de Billy Wilder, no eran más que un tenue destello en un horizonte que ya se presentía ahi. A sus 26 años Lubitsch tenía la osadía de los innovadores y una década de experiencia en el mundo del teatro. "Los ojos de la momia" significó sin duda un paso adelante en su carrera. para el que contó con la inestimable presencia, y habrían más, de Pola Negri y Emil Jannings. Tal vez el futuro de la comedia pasase por este terror sugerente de piadosas sonrisas, por una película como esta donde seguir sumando y aprendiendo. La forja de un cineasta es un proceso complejo y cuanto mayor es esa complejidad mas sutil y natural resulta el genio que surge del crisol de la experiencia. Es una generalización pero, podriamos decir aquello..."Pongamos que hablo de Lubitsch"
 

jueves, 19 de noviembre de 2020

LE MIROIR A DEUX FACES (ANDRE CAYATTE, 1958)

 

 
La presencia de Bourvil parecía presagiar una comedia y la de Michelle Morgan una hora y media de éxtasis ante uno de los pares de ojos más electrizantes de cuantos jalonan el mundo de las candilejas. Pues no, ni es una comedia ni el éxtasis, que lo hubo, duró noventa minutos. Sorpresas te da la vida. La primera, este excelente film de André Cayatte del año 1958 al que oscurece un tanto su "remake" del 96 con la presencia de Barbra Streisand, Jeff Bridges y, hablando de ojos electrizantes, una Lauren Bacall acaparando nominaciones y premios a la mejor actriz secundaria, la segunda la calidad artística e interpretativa de un Bourvil en un papel psicológicamente muy duro y, por último, el sobresaliente trabajo de maquillaje que, exigencias del guión, nos priva de la madura belleza de Michelle Morgan durante gran parte de la película. 
 
Un apunte más antes de continuar: No se si resulta adecuado conceptuar como remake el partir de una idea original anterior para después de unos cuantos giros, vueltas y revueltas, supuestamente para adaptarla a una diferente realidad especio-temporal, dejarla absolutamente irreconocible. En absoluto cuestiono la calidad del supuesto remake, simplemente considero que sería más honesto bautizarlo como "inspirado en..." Por ello he preferido entrecomillar la palabra en el párrafo anterior.
 
Bourvil interpreta a Pierre Tardivet, un profesor de escuela soltero, poco agraciado y bastante simple que un día decide poner un anuncio en el periódico buscando una mujer para entablar relaciones formales. Es muy significativo el momento en que, sobrepasando el número de caracteres que, económicamente, se puede permitir le dice al empleado que recorte el anuncio poniendo simplemente "No importa físico". 3 palabras mágicas que marcarán dramáticamente el destino de una pareja. Porque, realmente ¿Importa o no importa? Para Tardivet, contrariamente a lo publicado, sí importa y mucho. Él no se ve a si mismo junto a una mujer hermosa y necesita la mediocridad física (y no únicamente física)de su esposa para esconder la suya propia. Marie-José sufre su poco agraciado rostro mientras busca la belleza en la mùsica (Beethoven) o en el arte (Venecia). Un día, así de repente, como siempre ocurren las cosas, la cirugía estética y la posibilidad de modelar su rostro se cruzan en su camino. Y a la pregunta ¿Importa o no importa? responde sí con contundencia. Y el patito feo se torna cisne, bello y majestuoso al tiempo que aquella pareja, marido y mujer, mediocres y frustrados, queda solo como un extraño recuerdo en la enmarcada foto de bodas. Sin embargo al levantarse la plástica mascarilla facial ambos se encuentran ante un precipicio personal de insondables proporciones.
 
Hasta aquí el planteamiento y el nudo. ¿El desenlace? Pueden imaginarlo, suponerlo o mejor verlo deslumbrados por los ya sí ojos más bellos del cine francés, un cine siempre seductor, comprometido e inteligente donde Bourvil parece recordarnos que el genio no puede encasillarse en género alguno y donde los ojos de Michelle brillantes por los sueños cumplidos nos hacen a su vez soñar.
 
Puntuación: 7,60

 

lunes, 9 de noviembre de 2020

EL DESERTOR DE EL ALAMO (BUDD BOETTICHER, 1953)

 

 
Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. Traigo esto a colación de las muchas críticas vistas en la red lamentando la ausencia de Randolph Scott y la presencia de Glenn Ford en el papel principal. Reconozco las muchas virtudes de Scott y su idoneidad para el western pero también defiendo la categoría como actor de Ford, luminosa estrella del firmamento cinematográfico. No me gusta jugar a las comparaciones siempre odiosas ni menospreciar el trabajo de nadie en base a una hipotética actuación magistral de un tercero. Demos a cada uno lo que es suyo y pertenece, vivamos de realidades y no de suposiciones, y en cuanto a Gleen Ford juzguémosle por lo que es y no por lo que otro pudo haber sido. Eso si, honor y gloria para Randolph Scott cuando le toque.

Hecha esta introducción, a mi juicio necesaria, paso a comentar un western que atiende bien a la calificación de clásico, dirigido por uno de los realizadores que mejor han sabido captar sus esencias: Budd Boetticher, "reconocido por sus trabajos de bajo presupuesto y lanzar al estrellato al ya citado Randolph Scott". Esta última afirmación me resulta un tanto exagerada pues la estrella de Scott ya brillaba con luz propia desde los años 30 como primera figura en films del oeste americano de prestigiosos directores como Henry Hathaway, Allan Dwan, Charles Barton , Gordon Douglas o John Sturges entre otros. Cierto es que con Boetticher parece reverdecer no tan viejos laureles en una serie de películas que se inician en 1956 y continuarán hasta 1960. Respecto a los bajos presupuestos, de todo habrá habido en la viña del Señor, pues en muchas de sus realizaciones contó con actores de primer nivel: Robert Ryan, Anthony Queen, Rock Hudson, Virginia Mayo, Joseph Cotten, son algunos de ellos. O sea que, sin poner en duda su habilidad para recortar presupuestos, en absoluto es calificable su cine como serie B.

El desertor de El Álamo es un western de contenido psicológico donde no se estudia tanto la cobardía sino la locura de las masas que, sin atender a razones ni dejar defenderse al supuesto cobarde, se autoerigen en jueces de un tribunal inquisitorial y ponen sin más trámites la soga en su cuello. El tejano John Stroud (Ford) abandona El Alamo, antes del inminente ataque mejicano, para proteger a su familia y la de otros compañeros, después de que fuese elegido al azar. Su objetivo fracasa cuando encuentra su familia asesinada por bandas supuestamente mejicanas. Su regreso a El Álamo es impedido por la ira desatada de un pueblo que ni escucha ni atiende a razones. Como es previsible, los acontecimientos pondrán a cada cual en su lugar.

Boeeticher le da al film el ritmo preciso. Los diálogos encuentran un lugar sin excesos entre la efervescencia de una acción que marca el tempo predominante. Las exageraciones gestuales y las incongruencias (el uso de armas temporalmente inadecuadas) ocupan ciertamente su lugar, como sucede en muchas películas de este y otros géneros, pero no son evidencias tan patentes que molesten al espectador. La actuación de Ford, sin comparaciones, "please", es correcta y también la de Julie Adams (habitual de Boetticher y de los westerns). Como todo cine del Oeste que se precie, buena banda sonora de Frank Skinner (cinco veces nominado a los Oscar) y notable la fotografía de Russell Metty (Sed de Mal).

En definitiva, un buen western de un especialista en el género que, dejando atrás muchos de los tópicos y encasillamientos habituales, se adentra un poco precursoramente en ese terreno psicológico que tanto se explorará en la década siguiente. Un film correcto (sin imperfecciones graves) que consigue lo que pretende y que nos deja el aceptable sabor de haber pasado un buen rato.

Puntuación: 7,00
 

jueves, 5 de noviembre de 2020

IDENTIDAD ROBADA (GUNTHER VON FRITSCH, 1953)

 

La arqueología cinematográfica, esa locura que nos hace perder horas de sueño en busca de maravillas fílmicas escondidas en las arenas de los tiempos, suele ser parca en regalos y por lo general para muchas de las películas desenterradas el único comentario que merecen es un "DANGER" con letras mayúsculas. Sin embargo hay ocasiones en que la perseverancia obtiene su recompensa. Es el caso de "Identidad robada" una pequeña joyita (quizás algo más grande por lo inesperado) que el azar, siempre caprichoso, puso en mi camino esta última semana.
 
Me llama la atención la carencia de votos, críticas y comentarios en la ficha de Filmaffinity cuestión que no debería ser imputable al género (el cine negro tiene muchos adeptos) ni al título "Stolen Identity" a priori interesante y sugerente (nada que ver con una producción japonesa de 2018) sino más bien al hecho de tratarse de una producción austríaca, de un director semi desconocido (Gunther von Fritsch) y cuyos protagonistas (Donald Buka y Joan Camden) se prodigaron especialmente en los estudios de TV y no parecen tener su nombre entre las estrellas del Paseo de la Fama. Reconozco que, con todos estos antecedentes la elección de esta película se hacía casi imposible y de no ser por la diosa Fortuna, esa que se aparece rara vez y siempre que no haya loterías ni dinero de por medio, hoy estaríamos hablando de otra cosa.
 
En un escenario vienés que, gracias a la buena labor fotográfica de Helmuth Ashley, nos reconduce a aquella Viena nocturna de la mítica El tercer hombre, una mujer Karen Manelli espera la llegada de un amigo americano para que la rescate de la insoportable situación de su matrimonio con Claude Manelli, famoso concertista de piano y personaje egocéntrico y violento. Durante un ensayo de su marido la esposa huye para encontrarse con su amigo (y supuestamente amante), pero el esposo alegando un dolor de cabeza abandona el concierto, encuentra al amigo Jack Mortimer a bordo de un taxi y lo asesina, implicando así al taxista un inmigrante con problemas en los permisos de trabajo. A partir de ahi, el film adquiere ritmo y nos ofrece momentos de suspense y persecuciones por una Viena nocturna en la noche de fin de año, sin que falte ese intringulis amoroso que parece inevitable en trabajos como este. A destacar también los momentos finales en que el indocumentado taxista deberá tomar una de esas decisiones a lo "Casablanca" que, necesariamente, influyen en nuestra valoración final del film. 
 
Viena siempre queda incompleta sin su música. La partitura de Richard Hageman interpretada por la Orquesta Sinfónica de Viena aumenta nuestra satisfacción por una película que residía en el limbo de los justos, y a la que no le faltan esos tintes expresionistas que tan bien le sientan al cine negro especialmente europeo. Los actores están a mi juicio excelentes y me parecería injusto destacar a uno en particular. Un único pero y muy liviano: El de Karen y el taxista es uno de los enamoramientos más rápidos de la historia de las artes escénicas del que tengo conocimiento.
 
Nimiedades aparte: Excelente
 
Puntuación: 8,80
 
 

jueves, 29 de octubre de 2020

DER HERRSCHER (VEIT HARLAN, 1937)

                                                     


Der Herrscher, que podríamos traducir como "El soberano" es un exponente del cine nacionalsocialista alemán. Basada muy someramente en "Vor Sonnenaufgang"  ("Antes del amanecer")obra del escritor polaco Gerhart Hauptmann, galardonado en 1912 con el Nobel de Literatura, así como en temas del alemán Harald Bratt, la película realmente toma forma de la pluma de Thea von Harbou, ex mujer de Fritz Lang y guionista de muchos trabajos de inequívoca ideología nacionalsocialista, y lo hace incorporando a los textos originales motivos y situaciones sustancialmente distintas, con la más que evidente finalidad de contribuir propagandísticamente a la exaltación del régimen nazi y exponer ante los espectadores la política del Fuhrerprinzip, siendo el film una clara alegoría de Adolf Hitler ("Quién nació para ser un líder no necesita ningún maestro más que su propio genio").
 
Es difícil abstraerse de todas estas connotaciones políticas y propagandísticas que no solo rodean la película sino que reescriben la propia idea literaria original. El conocimiento de la realidad histórica del siglo XX tiene un efecto contaminante en nuestra apreciación de los acontecimientos que suceden en el film y que, en lo fundamental, poco o nada tienen que ver con ideologías totalitarias o no, sino con la esencias mas miserables de la condición humana. El egoísmo, la avaricia y las ambiciones más enfermizas son los verdaderos protagonistas de esta película de Veit Harlan, uno de los principales directores del cine de propaganda nazi, tan comprometido con el régimen que incluso al final de la contienda se llegó a sentar en el banquillo acusado de crímenes de guerra.
 
Matthias Clausen (Emil Jannings), un industrial alemán forjador de un gran imperio siderúrgico acaba de perder a su esposa tras una larga enfermedad (la película se inicia con la familia y allegados escuchando bajo la lluvia el inacabable panegírico por la difunta). Al reincorporarse a su actividad empresarial después de mucho tiempo Clausen comprueba que los directivos de la sociedad, influenciados por la figura de Eric Klamroth, su yerno, han efectuado sustanciales modificaciones en las actividades, contrarias a los principios que crearon la empresa. Así, el desarrollo de la investigación ha sido frenado en seco por sus altos costes derivándose sus recursos a incrementar los sueldos directivos. La llegada del magnate pone de nuevo las cosas en su sitio tras una tensa escena que deja "tocada" su salud ya de por si maltrecha. La aparición de Inken Peters (Marianne Hoppe), su nueva secretaria, supondrá un antes y un después en la vida del viudo y convulsionará a una familia temerosa de perder sus privilegios, patrimonio y riquezas presentes y futuras, y que no dudará en llegar hasta las últimas y más ruines consecuencias para matar la naciente relación sentimental.
 
Este argumento, del que solo he extractado unas leves pinceladas tiene un carácter universal. Estas cosas pasan en la Alemania del 37 como en la España del 2020 (quizás aquí un poco menos porque nuestro tejido industrial no pasa por su mejor momento) y "per se" no enmascaran otros propósitos aparte de las inconfesables intenciones de una colección humana a la que Clausen en uno de los momentos cumbres del film califica como: "Mi mujer dio a luz a perros, gatos, zorros, lobos" "Durante décadas se han quedado en mi casa en forma de niños, y me han lamido las manos y los pies" "Y de repente me destrozan con sus dientes..." Todo ello bajo un cuadro acuchillado... Un instante genial de un Jannings inmenso, de un melodrama alemán, real y bien construido. Y ahora, si me siguen leyendo, hablaremos de las sombras que van de la mano de la luz, del yang del ying, de la noche que envuelve al día. Y aquí aparecerá Tea von Harbou, Goebbels, y el cine propaganda de Harlan, incluso del mismo Emil Jannings obligado a abandonar el cine americano por hablar con acento alemán a la llegada del sonoro y que no renuncia a trabajar en una Alemania en plena ebullición ideológica, social y política. 
 
Y por momentos se nos aparece el recuerdo de aquellas inmensas plazas cuajadas de banderas del Reich y aquellos estrados desde donde voces enardecidas .enardeciendo a las masas proclaman cosas como estas que escuchamos o leemos en subtítulos como epílogo: " Cedo la fábrica que he creado, después de mi muerte, al Estado. O sea, a la comunidad del pueblo. Estoy seguro de que entre las filas de mis trabajadores y de mis empleados que me han ayudado a construir la fábrica, surgirá el hombre que está llamado a continuar mi trabajo. Tanto si viene de los hornos o del tablero de dibujo, del laboratorio o del taller, quiero enseñarle lo poco que un hombre que está a punto de marcharse puede enseñar a otro..." Un discurso en un último suspiro figurado, cuando la película agoniza y los mensajes se fijan más intensamente en el crisol donde se forjan las ideas. Nada es azar, todo esta pesado, medido y estudiado. Los espectadores abandonando los teatros y las salas de proyección sintiéndose una comunidad del pueblo. Un Estado que detenta el poder y lo ejerce mediante ese hombre que ha sido llamado y elegido. Una verdadera jugada maestra del marketing y la manipulación. Una más en los avatares de una historia siempre moldeada al antojo de unos pocos.
 
Es difícil valorar el film. Admiramos el contenido pero se nos atraviesan los "adornos". ¿Aplaudimos al Jannings que fue Matthias Clausen o al que tuvo que estrechar la mano del führer?. Siempre he dicho que el cine es un todo, dirección, actores, fotografía, música y por supuesto el argumento, pero en este caso tenemos un invitado y no de piedra precisamente: La propaganda fascista. Me niego a dejar que la cizaña ensucie un duro y excelente melodrama, real como la vida misma y quizás no tan exagerado como pensamos. Así que haré como en esas emisiones televisivas de cine sin cortes y extractaré en lo posible toda la publicidad engañosa de coloridos mundos felices para conseguir, tal vez, una valoración lo más aséptica y justa posible.
 
Puntuación: 8,00

 

viernes, 23 de octubre de 2020

THE LAUGHING POLICEMAN (STUART ROSENBERG, 1973)

 
 
The laughting policeman es una amigable figura popular británica a la par que una canción cuyo estribillo es una continua y estruendosa carcajada. Es evidente que la relación con el inspector Jack Martin (Walter Matthau) es completamente nula, tanto es así que la sonrisa final (por la feliz resolución del caso) fue rechazada a dúo, tanto por Matthau como por Rosenberg. Bien mirado hubiera resultado una "boutade", algo pretendidamente ingenioso destinado a impresionar, lo cual sin duda habría conseguido pues una sonrisa de Matthau hubiese dejado a los espectadores sin capacidad de reacción.

Estamos ante una película de los 70 ambientada al parecer con bastante verosimilitud en la ciudad de San Francisco, lo cual no deja de tener cierto mérito si tenemos en cuenta que la obra de la que parte fue escrita por una pareja sueca: Per Wahlöö y Maj Sjöwall y formaba parte de una serie de diez novelas sobre el detective Martin Beck cuyo centro operacional era Estocolmo. Cambiemos Martin Beck por Jack Martin y el clima nórdico por la templanza californiana y estaremos reconstruyendo siquiera parcialmente esta "San Francisco, ciudad desnuda" aunque los personajes, las situaciones y sobre todo la delincuencia en sus múltiples formas, hubieron de sufrir un trabajo de adaptación importante.

El asesinato de 8 personas y el conductor, en un autobús urbano, entre ellas un policía compañero habitual de Jack Martin, supone el inicio de una investigación cuyo desarrollo, con sus aciertos y sus pasos en falso, podemos seguir al detalle. Al frente del operativo tenemos a Jack Martin y junto a él a su nuevo compañero Leo Larsen (Bruce Dern), dos caracteres radicalmente opuestos, actores de un juego poli malo-poli bueno, en este caso más natural que fingido. Abro un simulado paréntesis para recoger el agradecimiento que tuvo siempre Dern hacia Matthau por haberle escogido expresamente para el papel, cierro paréntesis. Martin, Larsen y su equipo, investigan la identidad, vida y milagros de los fallecidos, incluso la declaración in "artículo mortis" de uno de ellos, "peinan" las calles, antros y garitos. Abren, a nuestros ojos de espectadores privilegiados, la investigación del mundo del porno, de la homosexualidad y de la droga, incluso el de las transacciones entre los delincuentes y las fuerzas de la ley donde acaba primando el interés policial por el delito más grave, en este caso el asesinato de un compañero.

Un exhaustivo estudio de los procedimientos policiales en el que participamos desde un lugar privilegiadamente tranquilo sin que nadie finja acordarse de nosotros y complementar lo que observamos con una tesis doctoral explicativa. Se nos reconoce nuestra madurez para pensar y extraer conclusiones por nosotros mismos. Queda acreditada nuestra capacidad para extraer el trigo de la paja, aunque a fuer de ser sinceros se ha recogido más paja de la conveniente y nuestra visión corre el riesgo de acabar nublada y polvorienta. Y es que, por mucho que Rosenberg valore nuestras habilidades, la realidad es que nos faltan muchas horas de patrullar calles y comernos muchos marrones. Por eso, no considero ninguna deshonra el haberme perdido en unas cuantas ocasiones y pulsar repetidamente el REW para retomar un hilo que se esfumaba peligrosamente. 

El título británico para este film fue el muy descriptivo y ajustado a la realidad " An investigation of Murder", una investigación que acaba desnudando como declara el título hispano un San Francisco multiracial, oscuro y diverso, con sus calles empinadas y sus personajes siempre un paso más allá de las fronteras de la ley. Una película-documento donde la realidad se impone a la ficción y donde nada parece impostado. Y aunque es cierto que las ciudades cambian, todas tienen su aroma especial, y esta tiene el  sabor genuino y americano de los 70. Un aroma que la magia del cine consiguió hacer llegar hasta nuestros sentidos. Ciertamente Estocolmo quedaba muy lejos...
 
Puntuación: 7,15