miércoles, 16 de diciembre de 2020

THE LIFE OF VERGIE WINTERS (ALFRED SANTELL, 1934)


 
El deterioro de la imagen de los estudios cinematográficos por los continuos escándalos de actores y actrices junto a la inflexibilidad de una Iglesia católica que sentía amenazados los valores sociales y espirituales de sus feligreses, estuvieron en el origen del código ético al que debieron ajustarse las películas desde 1930 en adelante (con más fuerza desde 1934). La Iglesia además confeccionó listas de películas condenadas que los católicos no podían ver. Prácticamente en todas las diócesis del país se editaron sus propias listas. Películas como "La reina Christina de Suecia" "Madame du Barry" o esta "The life of Vergie Winters". No solo era cuestión del sexo y sus desviaciones, también de infidelidades conyugales, experimentos sobre la natalidad o incluso sobre el sufrimiento de los indios. Los sacerdotes no daban a basto visionando películas candidatas a una pira inquisitorial donde, en ocasiones, ardían figuradamente obras calificadas por otros de sus colegas como aptas para toda la familia.


Bien, esta pequeña introducción nos sitúa frente a "The life of Vergie Winters" de Alfred Santell, un film protagonizado por Ann Harding, una de las reinas de la época del cine "tres pañuelos" donde eran preferibles los kleenex a las palomitas, y John Boles, actor al que pocos recuerdan en la actualidad pero que en esta ocasión hace uno de sus mejores trabajos. La aparición del siempre eficaz Donald Crisp es sin duda, un valor añadido. La película podríamos resumirla como la historia de una pareja separada por una mentira pero cuya relación continúa durante 20 años. El matrimonio de él no impide su mutuo y escondido amor, fruto del cual nace una niña que acabará adoptada por su propio padre y su legítima esposa. La cosa se hubiese podido quedar en un aburrido melodrama de no ser porque los acontecimientos se sitúan en una pequeña comunidad provinciana de esas que cuentan con el escándalo y el chismorreo entre sus típicas especialidades locales. Y si el objeto masculino de las cotillas del lugar no hubiese sido un buen abogado con una fulgurante carrera política pues quizás la cosa no hubiese ido a mayores y aquí estaríamos hablando de otro tema.

Las cosas son así, una novela corta, una película confesional de esas que tenían cierto tirón allá por los 30, y "zas" aparecen las clericales anteojeras ilustradas con sus afiladas "manostijeras" y declaran como artículo de fe que el film "tiende a justificar el adulterio" y que por tanto además de anatematizarlo incluyéndolo en las lineas negras de las películas proscritas había que endurecer la aplicación del Código de Producción. Palabra de Dios y "con la Iglesia hemos topado Sancho". La maledicencia, las lenguas viperinas, la corrupción política y hasta el asesinato desaparecen del catecismo y para el señor Hays y sus adláteres todo se reduce al sexo fuera del matrimonio.

La película podría haber dormido un tranquilo y merecido sueño de los justos, pero tantas maniobras orquestales en las oscuras sotanas de los Torquemadas estadounidenses han conseguido el efecto contrario, que hoy apreciemos la historia en todo su heroísmo y valor, así como la magnífica interpretación de Ann Harding. Muchos no creerán que puedan haber mujeres así. Ni en el cine ni en la vida real. Puede ser, pero basta que haya una sola para que Ann Harding se convierta en ella. En estos tiempos en que las lágrimas a base de gastarlas se acaban secando, tres pañuelos resultan excesivos pero un estremecimiento sentimental ante la posibilidad de que una mujer pueda vivir una situación tan injusta con tanta entereza, seguro que se instala en alguna parte dentro de nosotros.

Fiel a mi costumbre de no comentar hechos significativos que desvelen partes fundamentales de la trama finalizaré mi crítica con una circunstancia curiosa:Las únicas personas que ayudan a Vergie Winters ante el boicot hecho a su negocio (una sombrerería) por sus vecinos, son las mismísimas prostitutas de la localidad. Si es que hasta esto parece tener una lectura bíblica.
 
Puntuación: 7,75
 

sábado, 12 de diciembre de 2020

NEW WOMEN (CAI CHUSHENG, 1934)

 


 
 
 
A pesar de mi curiosidad cinéfila y cultural, mis aproximaciones al cine asiático son menos frecuentes de lo que desearía. En esta ocasión, la elección de la película, como casi siempre aleatoria, ha significado un tiro al blanco con la precisión del ojo de halcón. Como en Bienvenido Mr. Marshall les debo una explicación y voy a dársela: En Mayo 2014, en otra de mis escasísimas incursiones en el cine chino comenté en este blog la muy interesante película "The goddess" dirigida por Wu Yonggang y protagonizada por la excelente actriz Ruan Lingyu. En mi crítica hablaba del trágico final de la actriz y de su similitud con el de una de sus ultimas películas: "Nuevas mujeres". Hoy, más de seis años después, una figurada ruleta se ha acabado deteniendo sobre ésta última, entre una numerosísima variedad de posibilidades. Y aún más sorprendente es el hecho de que, con las dificultades que tenemos los occidentales para identificar los rasgos orientales, desde el primer momento la Ruan Lingyu de "Nuevas mujeres" traía a mi recuerdo la de "The Goddess". Sin duda una casualidad pero estarán conmigo en que tiene su punto "cuarto milenista".
 
Ambos films suponen una crítica mirada al lugar de la mujer en la sociedad china de principios del siglo XX. The goddess lo hace desde una óptica más centrada en la prostitución, entendida como el único camino donde la mujer puede hallar su propia supervivencia. "Nuevas mujeres" parece ofrecernos una visión más amplia, con las mujeres tratando de incorporarse a otros sectores sociales, la educación o la literatura entre ellos, ante el rechazo de una sociedad de reglas masculinas que relega a las mujeres a los mismos papeles tradicionales de siempre, léase concubinato, esclavitud y similares. Algunas frases son suficientemente explícitas de lo dicho: "Matrimonio, ¿Qué me puede dar el matrimonio?. Compañía para la vida ¡También podría llamarse Esclavitud para la vida!" o ésta otra: "¿Quieres que me venda? ¡Solo las esclavas venden su cuerpo! a lo que la "madame" replica "Tienes razón. Pero si las mujeres queremos ganar un poco de dinero en un mundo como éste ¿Qué otro camino nos queda?" Un desolador panorama para cualquier mujer y especialmente duro cuando como es el caso de nuestra protagonista se tienen inquietudes artísticas y únicamente el editor acepta publicar su libro tras conocer que se trata de una mujer joven y atractiva.
 
Sería un error calificar el film de melodramático. Estamos ante un drama con mayúsculas y donde la música la ponen las lágrimas de rabia e impotencia goteando sobre una taza de te. El drama, además, no está en el cine sino en la vida y en una sociedad injusta que antepone sus rastreros propósitos a la misma existencia de las personas. Y da igual que sea la sociedad que sea, la oriental o la occidental, el este o el oeste, la tradición o la modernidad. El cine, como en este caso, es un espejo donde se refleja la vida o algo que las mujeres llamaban vida allá por el 34 en la China de Confucio. Por ello, aunque nos impacte, entendemos que lejos de los focos, las bambalinas y las candilejas la propia Ruan Lingyu a sus 24 años no distinguiera la podredumbre del celuloide de la existente en la realidad y al final, de tanto repetir "¡Quiero vivir!" acabaran flaqueándole las fuerzas.
 
El cine, como escuela de la vida, tiene asignaturas opcionales y obligatorias. Y esta es absolutamente obligatoria para pasar curso y acabar graduándonos.
 
Puntuación: 8,50