lunes, 5 de abril de 2010

LA PERLA DEL SUR DEL PACÍFICO (ALLAN DWAN - 1955)


Entre 1911 y 1929 Allan Dwan rueda 365 films mudos. Ahí queda el dato. Pero este Duracell de las películas duró y siguió durando muchos años más. Ya he hablado de algunos trabajos suyos de los años 50 como El Jugador o Ligeramente escarlata, películas entretenidas y normalitas sin mayores alardes. Bueno, los alardes los ponen algunas pelirrojas de campeonato como Rhonda Fleming y Arlene Dahl.

En la misma línea podemos incluir La perla del sur del Pacífico. Cambiamos pelirroja por rubia (Virginia Mayo), incluimos unos ambientes exóticos que siempre son de agradecer, especialmente si la fotografía y el color no los desmerecen, e incorporamos una trama adecuada al entorno como por ejemplo la muy socorrida búsqueda de tesoros y ya está. Ya tenemos película de sábado por la tarde, apta para Matilde, Perico y hasta Periquín. Y además resulta entretenida, lo cual no siempre puede decirse.

Lo cierto es que con una filmografía tan prolífica como la de este ingeniero de Toronto reconvertido en director de cine por caprichosos azares, no es difícil encontrarse con alguna que otra película suya. Téngase en cuenta también que ha sido reconocido como uno de los pioneros del cine estadounidense, en la misma baraja que Griffith o Chaplin, que rodó con estrellas de reconocido calibre como fueron Mary Pickford, Gloria Swanson o Douglas Fairbanks y que tiene en su haber trabajos como Arenas de Iwo Jima con la participación de John Wayne o Passion con Ivonne de Carlo.

Esos son algunos de sus poderes. Y me apetece seguir visitando sus realizaciones con la factible esperanza de encontrar alguna que otra joyita digna de mención. Esta película que ahora comento tiene sus joyas, no lo niego, y no son otras que unas codiciadísimas perlas negras custodiadas, en las profundidades de una especie de laguna Estigia, por un octopus de cuidado. Tan de cuidado que creo que ya había sido utilizado por De Mille y Ed Wood en otras producciones submarinas con cefalópodos hiperdesarrollados. Pero el animalito no tiene nada que hacer frente a la imaginativa codicia humana y los pantaloncitos cortos de Virginia (Rita en la ficción) campando a sus anchas ( o a sus estrechas) bajo los cocoteros.

¿Lo mejor? Sin duda Virginia Mayo. Esos pies desnudos finalizando unas piernas algo regordezuelas bajando por la escalerilla del barco (No era muy alta esa chica, ¿verdad?) son toda una declaración de intenciones y debieron ser admirados en las pantallas grandes de los 50. Hoy, habiendo llovido tanto, parece que andamos un poco como de vuelta de este tipo de cosas. Sin embargo quedan bastante bien para revolucionar los paraísos perdidos de la Polinesia. Sin duda, la causa, o la culpa, de que la vida sencilla de los indígenas resultase seriamente alterada, no fue solo del cha cha cha.



1 comentario:

ANRO dijo...

Sí que rodó pelis este hombre. Uno no tiene por menos de sentir cierta nostalgia por estas peliculitas que no eran nada del otro mundo, pero que tenían su aquello....¿qué opinarán de Avatar y Cameron dentro de sesenta o setenta añitos los chicos de ahora?
Un abrazote.