viernes, 16 de julio de 2010

DEJAD PASO AL MAÑANA (LEO McCAREY - 1937)





Si después de ver esta película no debe usted hacer muecas extrañas para contener alguna lágrima que otra, le sugiero chequee sus constantes vitales y si es posible un análisis que certifique que el líquido que corre por sus venas es rojo y contiene hematíes y estas cosas. Ah, y no lo considere ningún deshonor ni sinónimo alguno de debilidad o poca hombría, si es usted varón, que torres más altas han caído.


Dejad paso al mañana, independientemente de sus valores artísticos que los tiene, es un retrato a escala natural de la vida. Un retrato en el que salimos todos representados, unos son el mañana y otros los que deben dejarle paso. Cada cual encajamos en un rol, pero no hay que confiarse porque el rol que juguemos en el presente será, mutis mutandi, distinto al rol futuro. Y la unión entre evolución personal y visionado del film desemboca en esa lágrima que nos incomoda, en ese pensamiento que vuela hasta el reloj de nuestros años e incluso, si tenemos la suerte de compartir la vida con otra persona a la que amamos, en requerir su presencia solo porque deseamos verla. Los que hoy son el mañana seguro verán sensiblerías en este comentario mientras los que ya empezamos a dejar paso, vemos sentimientos. Así ha sido desde que el mundo es mundo y así seguirá siendo.

Por descontado que estamos ante una película más que recomendable, imprescindible. Con dos actuaciones espectaculares en su realismo, Victor Moore Y Beulah Bondi, con uno de los secundarios de oro del cine de todos los tiempos Thomas Mitchell, con un guión solido (Viña Delmar) con frases que te zigzaguean el alma o lo que tengamos dentro: “Cuando tienes 70, la máxima diversión consiste en fingir que no te importa enfrentarte a los hechos... ¿te importaría que siguiera fingiendo?” y en la que, con un presupuesto limitado donde abundan los interiores, Leo McCarey cambia de pareja. Y así los Stan Laurel y Oliver Hardy se vuelven Bark y Lucy Cooper, igualmente entrañables pero sustancialmente diferentes. La comicidad se vuelve trascendencia y el directo al corazón está lanzado.

McCarey al recibir el Oscar al mejor director por La pícara puritana dijo “Gracias, pero me dieron el premio por la película equivocada”. En la misma línea estaban John Ford o Jean Renoir, fans incondicionales de esta gran película. Para Orson Welles era la película más triste que nunca hubiese visto, “hace llorar hasta las piedras”.

Aunque lo melodramático y lo trascendental no sean su fuerte, no dejen de ver esta auténtica obra maestra. Si les deja demasiado “tocados” recupérense con algunos films cortos de El gordo y el flaco. La risa es necesaria en nuestra vida pero aplicar un electroshock a nuestras sensibilidades dormidas, también.

3 comentarios:

David dijo...

Hace un par de días vi La pícara puritana. Esta no la he visto. Pero yo lloro con la cosa más tonta incluso en películas malas (de verdad, no sé...). Tomo nota de la recomendación, y a ver si ese Oscar fue verdaderamente por la película equivocada.
Un saludo.

ANRO dijo...

Me pasa lo que a David, o al menos no recuerdo haber visto esta peli. My god, cuantas pelis por ver de las llamadas "antiguas"!

Muy bonito el detalle de colgar el trofeo del mundial.

Un abrazote

FATHER_CAPRIO dijo...

A los dos os digo que el film es absolutamente recomendable. Supongo que tener una "cierta" edad ayuda a comprender y valorar el film en toda su dimensión.
Eso si, no olvidar los kleenex.
Saludos