domingo, 13 de septiembre de 2020

UNA MUJER MARCADA (BUTTERFIELD, 8) (DANIEL MANN, 1960)


 

Comentar una película como Butterfield 8 y hacerlo de modo que el comentario no resulte cansado y si es posible sea breve, es un problema cuya única solución pasa por centrarnos casi exclusivamente en la figura de una de las mejores actrices que ha dado el mundo cinematográfico: Elizabeth Taylor. Laurence Harvey quien sin duda tiene sus valores como actor es prescindible y sustituible, Eddie Fisher, colocadísimo a dedo por su esposa, no es que aporte poco, es que no aporta nada. Y del resto del elenco es mi obligación indultar a Mildred Dunnock en su papel de madre de Gloria Wandrous (Liz Taylor). En cuanto a Miss Taylor el cine es su hábitat natural, algo así como el mar donde se mueve con la suavidad y la sensualidad de una sirena de los trópicos. Tanto es así que, cansada, molesta, y obligada a fuerza de un contrato procedente de su época infantil, a protagonizar una última película para MGM so pena de no poder interpretar Cleopatra de Mankiewicz para la 20 Century Fox, accede a hacerlo, y su trabajo, sea por la rabia y el malestar que siente, sea por la madera de actriz que lleva dentro, sea por la profesionalidad que siempre ha mostrado, se convierte en un trabajo magistral por el que acaba consiguiendo el Oscar tras tres oportunidades perdidas.

En sus declaraciones Liz Taylor siempre pareció detestar esta película añadiendo además que el Oscar de la Academia le había sido otorgado algo así como por compasión puesto que en los meses posteriores al film había estado enferma. Tratando de ser objetivo, el Oscar es merecido. Además, el hecho de arrebatárselo a una Shirley MacLaine inmensa en El apartamento, dice muchísimo.  Ahora bien, haberse dejado en el tintero de las estatuillas del último trienio, interpretaciones como las de “De repente el último verano” o “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, especialmente esta última, hacen que me cuestione la posibilidad de una cierta operación de compensación o desagravio.

Pero no restemos. Hay que sumar méritos porque Elizabeth Taylor unió siempre a su belleza su  superlatividad  como artista, y en esta interpretación de “Una mujer marcada” (por una vez, un título hispano acertado) nos regala el auténtico retrato de una mujer cuya adolescencia trazó su vida. La marcó como acertadamente desvela el título. A partir de ahí su existencia es una búsqueda inconsciente de alguien que la rescate, de alguien diferente:

- "Gracias por no llamarme nena, monada y carita de muñeca

Y cuando la fatalidad parece doblegarse, cuando los sueños reaparecen y hasta el diván del psicoanalista queda vacío, un abrigo de visón se interpone entre ella y un futuro distinto y esperanzador. Y de nuevo, como en tantas películas o incluso como en la vida misma, el “volver a empezar” se desintegra en la nada de la dura realidad, y solo quedan un abrigo arrojado a sus pies como pago de su tiempo y de su cuerpo y el recuerdo de una historia vivida con la curiosidad sexual de los 13 años:

 

“Me enseñó mucho más sobre el mal de lo que debe saber una chica de 13 años”

“Gloria, calla”

"No has oído lo mejor todavía. ¡Me encantaba!"

 

Resumiendo, un tema escabroso y difícil y una interpretación excelente de una actriz única. Sin embargo esa sensación de realidad vívida y descarnada que nos deja la actuación de Liz, se pierde con el resto (Mildred Dunnock indultada) hasta diluirse en la superficialidad más absoluta. La solista despunta en un solo magistral. La orquesta languidece y no acompaña y el gesto de un bostezo se vislumbra en el escenario

Puntuación: 7,40


 

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