martes, 15 de septiembre de 2020

UNION STATION (RUDOLPH MATE - 1950)

 


Casi todas las reseñas sobre Union Station acaban, de un modo u otro, intentando determinar si estamos ante un ejemplo de cine negro o de un policial que cuestiona ciertos procedimientos llevados al límite de la legalidad. Aunque, a mi juicio, le falten algunos de los elementos que definen el “noir” (la seducción viviendo en la barra de un bar, los incautos cogidos en un mal paso y esa fauna de aves de paso nocturnas) pienso que tal discusión no resulta bizantina especialmente si consideramos que Rudolph Maté procedía de una escuela fotográfica europea y que había trabajado a las órdenes de Alexander Korda, Karl Freund y Carl Theodore Drayer, cineastas que hicieron del blanco y negro su instrumento de lenguaje expresionista. No era casual por tanto que sus películas respiraran esa atmósfera tan característica del cine negro, máxime si cuenta con un director de fotografía como Daniel L. Fabb con 7 nominaciones a los Oscars en su haber y si además la violencia hace equilibrios en la cuerda floja de la legalidad (obsérvense algunos métodos policiales para hacer cantar a los delincuentes) pues casi casi tenemos el “noir” en plena ebullición. Ciertamente no el “noir” puro de los 30-40 pero “noir” al fin y al cabo.

 

Ciertamente la fotografía es uno de los valores a destacar en este trabajo de Maté. Las secuencias de persecuciones (en los trenes, en la propia estación ferroviaria o en los sótanos de la misma) plantean problemas de difícil resolución pero que se resuelven magistralmente. El relevo policial durante el trayecto en tren de uno de los secuestradores es una obra de arte fotográfica y queda como una de las secuencias cumbre de la película. Claro que, todo esto debe tener sus complementos. Una película es un todo, una suma de diferentes elementos que debemos valorar uno a uno y en su conjunto.

 

 En su día se calificó de “thriller criminal tenso” y más gráficamente, de película para morderse las uñas. Sinceramente creo que hay un mucho de exageración en tales afirmaciones. La trama argumental es interesante pero se soporta sobre hechos poco convincentes lo que, a mi entender, le resta credibilidad. El rapto de la hija ciega de un adinerado empresario americano es “descubierto” (digámoslo así) por su secretaria quien, en un viaje en ferrocarril sospecha de un par de individuos que perseguían el tren y que consiguieron subir a él en una parada reciente. Si aceptamos que el mundo es un pañuelo y que nada impide que la secretaria que acababa de despedirse de la secuestrada hace escasas horas acabe colaborando “casualmente” con la policía de la estación e incluso tenga un papel destacado en la resolución del caso, es completamente factible seguir el resto de la trama con verdadero interés e incluso sentir los efectos del suspense, aunque mis uñas no sufrieron los efectos destructivos del mismo.

 

Dicho esto y lamentando una cierta previsibilidad en un final que hay que encuadrarlo en la tónica general de aquellos años, no me queda otra cosa que valorar positivamente tanto el trabajo de los actores, especialmente William Holden y Barry Fitzgerald como el de su director Rudolph Maté que sabe dotar al film de un ritmo frenético dentro de una atmósfera claustrofóbica y que consigue captar la atención del espectador de principio a fin, aun a sabiendas que la probabilidad de que tantas coincidencias se den en la vida real es absolutamente negativa. Pero, nimiedades al margen ¡Esto es cine!

 

Puntuación: 7,80

 

 

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